Una de sus maestras fue Françoise Doltó, ¿cómo se vinculó con ella y qué rescata de su enseñanza?
Me pude relacionar con Françoise Doltó gracias a Juan David Nasio, fueron dos encuentros muy particulares. En el año ’85, yo decidí viajar a París para ver la posibilidad de trabajar con Nasio, no para instalarme, sino para ir y volver. Me interesaba lo que Nasio hacía, su producción, especialmente un seminario que dio en Rosario, que me parece, hasta el día de hoy, riquísimo. Hubo, entonces, una anécdota muy particular: un familiar de su mujer se había contactado conmigo –sin yo quererlo– para pedirme que le llevase una carta y me había dado un número de teléfono, Entonces, cuando llegué a París, marqué ese número de, supongamos, ocho cifras y me dijeron que estaba equivocado. Por azar cambié un número y me atendió Nasio. Y allí comenzó nuestra relación.’ Luego él vendría a la Argentina, y desde Buenos Aires le propuse hacer las Primeras Jornadas de Grupos Clínicos, que se hicieron con muchísimo éxito, de presentación de casos, discusión, participación del público y teorizaciones de él. En el año ’86, Nasio me propuso la coordinación, con otros analistas, del seminario de Françoise Doltó que se hizo en la Academia Nacional de Medicina, la única vez que Françoise estuvo en la Argentina. Allí la encontré, yo estaba esperando en un pasillo, cuando la vi llegar, para mí era una especie de monstruo sagrado, se sentó a mi lado, nos presentamos, me puso una mano en la pierna, me tomó la mano y me dijo que no estuviera nerviosa -había una multitud expectante- que todo iba a salir muy bien, empezó a contarme su historia, y todo salió bien. A partir de allí, empezamos a trabajar juntas acá, en Buenos Aires, hicimos trabajos conjuntos que están publicados, trabajos en radio, y se generó una relación que yo denominaría inefable. Las marcas que dejó fueron imborrables, asimismo para Juan David Nasio, él también fue su discípulo. Cuando con Françoise se establecía –como diría un autor de mis épocas juveniles– la invisible cuerda de plata de la trasmisión, dejaba marcas imborrables, porque así como en Francia la llamaban “la hechicera”, su clínica era del orden de la maravilla. Incluso compartimos acá un trabajo clínico, con un grupo de colegas a quienes invité, y ella coordinó, fue una especie de supervisión grupal y los hallazgos a nivel de significante que hacía Françoise nos dejaban a todos deslumbrados. Hay que tener en cuenta que Lacan en su Escuela Freudiana de París nunca trabajó con niños, ni siquiera sabía qué hacer con un niño en la clínica, según Françoise contaba. Él le había dejado a su cargo todo lo que se refería a la clínica y a la teorización del análisis con niños y tenía confianza plena en ella. Françoise no era lacaniana, Lacan no era doltoniano, pero tuvieron una relación cordial durante toda su historia y cada uno respetó al otro en su particularidad. Françoise fue y sigue siendo, en Francia, la psicoanalista más famosa, sobre todo por la posibilidad clínica extraordinaria que tenía, además de que ha hecho teorizaciones importantes.
Una vida además bastante particular, una historia compleja.
Una historia muy fuerte, de mucha valentía, diríamos que fue, y además siendo mujer y en la época que le tocó vivir, una especie de heroína intelectual, heroína en la clínica, por lo que se atrevió a llevar adelante en su vida, en su historia y en su práctica. Son esos seres que cuando uno se relaciona con ellos no pueden pasar inadvertidos y dejan una huella indeleble en nuestras historias, no sólo en la historia de mi formación de analista, sino en la historia de mi vida. Era un ser absolutamente extraordinario por su humildad, por su generosidad, porque sabía dar sin reclamos ni exigencias, sin pedir nada a cambio, verdaderamente un ser extraordinario. A Juan Nasio lo marcó también, según sus propios dichos.
¿Y su vínculo con Nasio?
Comenzó en el año ’85 y a partir de ese momento siempre colaboré con la organización de sus trabajos en Buenos Aires, cuando ha venido, establecí el texto de sus seminarios para darle forma de libros, escribí el ordenamiento interno de seminarios que venían desgrabados, los traducía y les daba forma de libros como Los gritos del cuerpo, La mirada en psicoanálisis, Cómo trabaja un psicoanalista, prologué varios libros suyos. El construyó para mí un lugar muy importante en París, allí pude hacer mis seminarios, mis conferencias, pude hacer clínicas, dado que me quedaba bastante tiempo, con pacientes que estaban transitoriamente en Europa. Fue una experiencia muy rica poder atender pacientes en un lazo social diferente al nuestro, trasladar las transferencias a una lengua distinta. Hasta la cuestión de los honorarios era muy importante dirimir. Si yo atendía a un paciente en Francia, siendo un paciente que usualmente veía en Buenos Aires, ¿en qué moneda cobrar más allá de que la lengua en la cual se desarrollaba el análisis obviamente era el español?
Y el tema del dinero ¿cómo lo trabajó?
Hay que hacer una primera diferencia que es aquella que va del valor al precio, los honorarios que se pactan entre analizante y analista en un análisis son una traducción del valor al precio. Entonces, el precio, que siempre debe estar en circulación en términos de alguna cantidad de dinero, o en el caso de los niños de algún objeto que lo represente, no tiene nada que ver con el valor, son una mera traducción. El valor de una sesión es del orden de lo que va más allá de la economía del dinero, es otro orden de economía. Sin embargo, como el análisis no puede quedar fuera del lazo social y de una cuestión que lo inserte en el mundo de las realidades, se pacta un precio. Pero es importante tener claro que esto no se corresponde nunca con el valor, que puede ser muy alto o puede ser muy bajo, depende de las vicisitudes de una sesión en sí misma. Quizás alguna vez se llegue a que cada sesión tenga un precio distinto, porque cada sesión tiene un valor diferente, habría que pensarlo y teorizarlo, es una propuesta o una apuesta de los analistas, no es ninguna novedad, porque Lacan lo ha hecho. ¿Por qué tendría que establecerse como una especie de garantía? Si un paciente paga una cantidad x de moneda, estaría en condiciones de exigir que a cambio se le dé algo en términos de cantidad: ¿de qué?, ¿cantidad de interpretaciones, de señalamientos, de silencios, de respuestas a sus demandas? En cambio, sería muy rico, si bien bastante complicado, en la dinámica de cada sesión establecer el precio, además podría ser arbitrario y hasta excesivamente aleatorio.
Puede ser pensado por el paciente como del orden del capricho por parte del analista.
Por eso arbitrario, aleatorio y además, ¿quién decidiría ese precio? ¿el analista o el analizante? Bueno, pero no por comodidad dejemos de pensar que hay ciertas cuestiones que pueden ser replanteadas. Lacan, que era arbitrario, en algunos casos decidía la cifra que ese paciente debía pagar. Considero que un analista no tiene por qué ser arbitrario, y que si lo que rige un análisis es un pacto primordialmente entre dos seres humanos que ocupan lugares diferentes, no tiene por qué ser así, como ocurrió en otra época de la historia del psicoanálisis, por lo menos en la Argentina, que había un dominante y un dominado. Sería rozar la posibilidad de convertir el vínculo en una relación sadomasoquista, donde el analizante queda sometido a las vicisitudes y arbitrariedades de un analista, de otro ser humano que en ese momento está en posición de analista, pero que tampoco deja de ser tal. Es una cuestión riquísima y que no está suficientemente elaborada, tramitada, trabajada, conceptualizada. La segunda cuestión que hay que tener en cuenta es que el neurótico quiere pagar con su síntoma y se da por satisfecho con eso. Nos está dejando, al ser el analista el Otro mayúsculo del síntoma, un fragmento de su ser narcisista que es esa producción sintomática que es muy valorada, muy apreciada, más allá del goce que le procure y de las satisfacciones inconscientes que le brinda. Si no, se desprendería (nos desprenderíamos en tanto capacidad de hacer síntomas que tenemos todos los humanos que nos inscribimos en la neurosis), estaría satisfecho y le alcanzaría con dejarnos su síntoma. No olvidemos que Lacan dijo: los analistas somos el cubo de desperdicios de lo peor del semejante, porque viene a dejárnoslo. Por eso es tan importante que circule algo más que esa corriente sintomática porque si no, corremos el riesgo de hacernos víctimas (seudovíctimas) quejosas por recibir lo peor del otro a cambio de nada.
Además, la cuestión del pago sitúa al analista en el lugar de alguien que necesita algo, que pone a jugar algo de su castración y no de recibir lo peor a cambio de nada.
Por eso le decía que nos correríamos peligrosamente al lugar de la víctima. Recibimos lo peor y somos tan buenos, generosos y sacrificados que lo hacemos a cambio de amor. La generosidad en exceso, eso que se llama “oblatividad”, al no dar cuenta de qué esconde en función de un deseo de un otro, genera odio. Y por eso no estoy de acuerdo, con que en los hospitales no circule nada. Y no estoy hablando de dinero, estoy hablando del pago simbólico, que por ejemplo, en el caso de los niños, puede ser cualquier objeto, hojitas de árbol secas, caídas, pero que él sepa que tiene que traer algo. Y es interesantísimo, productivo y muy rico ver cómo esa circulación de los dones entra en la transferencia haciendo resistencia, queriendo hacer maniobras, cómo el niño puede querer traer diez objetos y no uno como estaba pactado, o ninguno. Genera deudas, comete lapsus, fallidos, es fundamental, y además, tenemos que tener presente que esto da cuenta de cuál será su relación con eso que está subrogando el dinero que es la demanda del otro y que son todas las cuestiones que, de Freud en adelante, tienen que ver con la analidad. Entonces, ha sido y supongo que será un tema fuerte de discusión en las instituciones hospitalarias; mi propuesta es que los pacientes hagan un pago simbólico, no importa qué objeto sea: no importa el precio que tenga ese objeto. Al pactarlo, se le asigna valor de intercambio, y hace que además el paciente no venga sólo para echarnos el síntoma, venga para constituirse en sujeto, que es muy diferente. Una es una situación terapéutica, la otra apunta a ser una situación analítica, y aparte nos da cuenta de cómo en la reconstitución, en la reformulación, en la variación de posición de sujeto, ese paciente integra su fantasma en relación con el objeto, que puede estar representado por esa hojita de árbol. Y usted dirá “no cuesta nada”, pero vale mucho en la transferencia.
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