Existe hoy en nuestro país una actividad de investigación articulada a becas estatales que aporta claves concretas para la clínica, cuyos desarrollos no quedan en un anuario de cajón sino que devienen libros de circulación pública para que la comunidad psi les saque su mayor provecho.
Tres ensayos sobre la perversión, de Tomás Otero, da testimonio de este esfuerzo, junto con uno que le es más propio: el precisar de qué hablamos cuando hablamos de perversión en un contexto clínico. Acompañado de una acertada bibliografía psicoanalítica, no es de extrañar que Otero se deje enseñar por la literatura para situar clínicamente el resorte perverso, porque él ha aprendido bien de sus maestros, Freud y Lacan, que nada enseña sobre el deseo como el arte poético, sea Edipo Rey, Hamlet, Finnegans Wake o El banquete. Pero claro, Otero vive, atiende y escribe en Buenos Aires, entonces ¿de quién aprender? Tampoco se trata de La literatura, La literatura no existe, sino de la suya, la de Otero, sus poetas. ¿Quiénes entonces han venido a inspirar al joven psicoanalista en busca de ciertas claves para poder orientarse un poco en la clínica de hoy? En primer lugar, dos especie de descarriados, siempre polémicos, enigmáticos, torturados gozosos de la letra:
Osvaldo Lamborghini, niño terrible de la literatura argentina, y Alejandra Pizarnik, poeta más sombría que pálida aunque no por eso menos iluminadora. A decir verdad, tampoco es de ellos, sino de sus obras y de cómo en sus obras se capta algo del deseo perverso para el que lo sepa oír, o mejor aún como dice Colette Soler, para que los analistas sepamos leer mejor. Así, la lectura de “El niño proletario”, de Lamborghini, le permite situar algunas coordenadas sobre la estrategia perversa para restituir “un Otro consistente a nivel del goce”, la importancia de lo escénico y lo instrumental de sus maniobras, pero reservémosle al futuro lector el placer del hallazgo. Con “La condesa sangrienta”, de Pizarnik, Otero nos enseña a diferenciar una suplencia perversa de una perversión propiamente dicha. El tercer ensayo, sobre André Gide, nos llama a pensar qué de una perversión puede venir al lugar de una solución vital al problema del llamado “dolor de existir”. En el prólogo que le dedica al libro, Gabriel Lombardi nos propone pensar cómo autorizarse a analizar al sujeto perverso, y este libro da un paso en esa dirección, pregunta-causa de estos Tres primeros ensayos…
Matías Laje |